Extracto de La Nación. Link hacia nota completa al final del artículo.
Cada vez que Douglas Tompkins, ecologista y filántropo ambiental, trepa al estrado de alguna prestigiosa universidad para compartir su experiencia agroecológica en gran escala en la Argentina, los auditorios se desploman en una mezcla de ovaciones, inquietud y perplejidad. Es por la épica revolucionaria que anima sus proyectos. Sus disertaciones en Europa y los Estados Unidos no sólo acercan el know how de sus innovadoras prácticas agrícolas de rotación de policultivos extensivos libres de químicos, en la era del reinado de la soja transgénica y los pesticidas.
Como activista que es, su innovación a contracorriente esconde una intención aleccionadora: generar esquemas agrarios sustentables para ser imitados, e introducir, a su vez, un nuevo paradigma de desarrollo basado en la conservación y no en el agotamiento de recursos.
Él lo llama "la nueva economía". A grandes rasgos, su modelo reemplaza al agroindustrial de monocultivos con químicos, que degradan napas y suelos, exterminan especies, deterioran el hábitat y la salud humana y acentúan el cambio climático, por otro económicamente rentable, pero desprovisto de la usura medioambiental: el de la explotación extensiva de policultivos orgánicos con alta diversidad, a través de los cuales las prácticas agrícolas actúan como agentes de conservación integral y de restauración de suelos.
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