Compartimos esta nota elaborada por un docente de nuestra Facultad
Ing. Agr. (MSc) Eduardo Requesens(*)
Como suele ocurrir con muchas disciplinas emergentes, la Agroecología no está libre de interpretaciones dogmáticas o ideológicas que desvirtúan su carácter eminentemente científico y generan confusión en la opinión pública. Este artículo tiene como propósito “desmistificar” el concepto de Agroecología y contribuir a salvaguardar su esencia, para lo cual, comenzaré con algunas aclaraciones previas para luego describir sus orígenes, alcances y objetivos.
En primer lugar, la aplicación del enfoque agroecológico incluye las dimensiones económica y social, además de la ambiental, pero ello no implica que esté dirigido a una tipología o categoría socio-económica determinada. Concretamente, el interés de la Agroecología no se limita a la problemática de la agricultura familiar, los pequeños productores o la economía social, con los cuales se la vincula frecuentemente. Más aún, los problemas ambientales y socio-económicos vinculados a las producciones extensivas, particularmente aquellos derivados de los procesos de expansión de la frontera agrícola y la sojización, adquieren hoy una dimensión territorial que supera con creces a aquella problemática. Basta mencionar que, desde el advenimiento de la soja transgénica, la superficie cultivada en Argentina creció de 18.000.000 ha a mediados de los noventa a 37.000.000 ha en la actualidad, barriendo con grandes extensiones de pastizales naturales, montes o bosques, según la ecorregión que sea considerada.
En segundo lugar, es necesario aclarar que la Agroecología no tiene como destino excluyente la práctica de la agricultura orgánica. Si bien propicia la reducción en la aplicación de agroquímicos, no rechaza su utilización cuando los planteos productivos están basados en los principios de la agricultura sustentable y las buenas prácticas agrícolas. Por otra parte, en nuestro país los riesgos de contaminación y toxicidad por mal uso de agroquímicos pueden ser relevantes en situaciones particulares como los cordones periurbanos o los establecimientos dedicados a producciones altamente intensivas, pero no representan un problema generalizado en comparación con la degradación del suelo o la pérdida de biodiversidad. De manera similar, puede afirmarse que la Agroecología tampoco rechaza de plano a las biotecnologías, aunque puede actuar selectivamente sobre ellas en función de sus impactos potenciales sobre el medio ambiente.
Por último, es conveniente aclarar también que la Agroecología no se identifica con ningún segmento del espectro ideológico tradicional; es decir, no es de “izquierda”, ni de “centro”, ni de “derecha”. En cambio, puede aceptarse que el marco de la Economía Ambiental resulta mucho más apropiado para encuadrar a esta disciplina en comparación con la Economía Neoclásica. Ello se explica por el hecho que el sistema económico en general, incluida la producción agropecuaria, funciona inserto en un medio ambiente con el cual establece conexiones a través de una serie de flujos de bienes, servicios y desechos, cuyo balance define en gran medida la magnitud de los riesgos ambientales y la sustentabilidad del sistema.
Antecedentes y surgimiento de la Agroecología
Descartados el carácter dogmático y la identificación ideológica de la Agroecología, describiré a continuación los principales acontecimientos que le dieron origen y definieron su esencia. Como su nombre lo indica, Agroecología es una conjunción de otras dos ciencias: la Agronomía y la Ecología. Ambas se ocupan centralmente de las relaciones que vinculan a los organismos vivos con su medio ambiente. Sin embargo, los enfoques e intereses con que dicho tratamiento ha sido abordado reconocen marcadas diferencias históricas. Tradicionalmente, el objetivo de la Ecología ha sido la conservación del medio ambiente, mientras que la Agronomía ha perseguido como meta primordial el incremento en la productividad de la tierra para responder a la demanda alimenticia de una población humana en permanente crecimiento.
A partir de la segunda guerra mundial, se potenció el desarrollo tecnológico de prácticamente todas las actividades humanas y su expresión en el caso particular de la agricultura se concretó en la llamada revolución verde. En el orden económico, este modelo agrícola puso en práctica la función de producción elaborada por los economistas clásicos, la cual asume erróneamente que el ambiente es una fuente inagotable de recursos y desconoce la generación de externalidades como resultado de la actividad productiva. En este marco, el paquete tecnológico de la revolución verde permitió incrementar significativamente la producción agrícola pero, al mismo tiempo, generó serios problemas tanto de índole económico como ambiental. Los primeros derivan de los elevados costos de producción asociados a la fuerte dependencia de tecnologías de insumos y del alto riesgo financiero asociado a factores no controlables como adversidades climáticas, explosiones demográficas de plagas y enfermedades y caída de precios de los productos agrícolas. Por su parte, los principales problemas ambientales generados por la agricultura moderna se manifiestan en términos de degradación del suelo, contaminación del ambiente y pérdida de biodiversidad junto a los servicios ecológicos que dependen de ella.
Con el transcurso del tiempo, estos problemas se agudizaron y comenzaron a crear conciencia acerca de la susceptibilidad del ambiente frente a las alteraciones físicas y químicas generadas por las prácticas agrícolas convencionales. Paralelamente, muchos ecólogos motivados por esta nueva problemática reorientaron sus estudios a la búsqueda de conocimientos que fundamenten el desarrollo de tecnologías conservacionistas, sin perder de vista la finalidad productiva. La necesidad de compatibilizar intereses entre las corrientes productivistas y conservacionistas impulsó el surgimiento de nuevos conceptos en el diseño y explotación de los sistemas agrícolas. Algunos ejemplos son la promoción de agrobiodiversidad para amortiguar los efectos de la variabilidad climática y económica, el manejo integrado de plagas para reducir significativamente el uso de plaguicidas, la implementación de rotaciones y sistemas de labranza que permiten reducir la degradación del suelo, y el mejoramiento genético orientado a la eficiencia en el uso de los recursos más que a la maximización productiva.
Estos cambios en la forma de concebir la agricultura involucran una estrecha interacción entre la teoría ecológica y la práctica agronómica, lo que ha dado lugar al surgimiento de un nuevo paradigma productivo respaldado por la Agroecología. Dado su carácter emergente como disciplina científica, resulta conveniente considerar algunas definiciones de sus principales referentes. Miguel Altieri, uno de los mayores representantes en Latinoamérica, concibe a la Agroecología como “la aplicación de la teoría ecológica al manejo de los sistemas agrícolas teniendo especialmente en cuenta la disponibilidad de recursos”. Para el Consorcio Latinoamericano sobre Agroecología y Desarrollo (CLADES), Agroecología es “la aplicación de la Ecología al estudio de los sistemas agrícolas y de los principios ecológicos a la solución de los problemas de la productividad”. En ambos casos, queda claro que el abordaje de esta disciplina científica requiere transitar en profundidad por el cuerpo teórico y metodológico de la Ecología. En otras palabras, la Agroecología surge del propio desarrollo de la teoría ecológica y como tal conserva su marco conceptual.
Objetivos y enfoques de la Agroecología
La Agroecología se ocupa del estudio de los sistemas agropecuarios con el objetivo de contribuir a lograr una actividad productiva que satisfaga las necesidades de las sociedades actuales sin comprometer las necesidades de las sociedades futuras. Para ello, propone diseñar sistemas productivos en armonía con la naturaleza, de modo tal que la capacidad de generar alimentos y materias primas pueda perdurar indefinidamente. Por otra parte, este objetivo requiere asumir el hecho que la disponibilidad de recursos ambientales y la capacidad de la biosfera para absorber los efectos de la actividad humana son limitadas y, por lo tanto, la creación tecnológica y el desarrollo social deben adecuarse a esta realidad.
Junto con la génesis y difusión de los principios agroecológicos, se ha mejorado de manera sustancial el diagnóstico de los problemas ambientales asociados a la agricultura moderna y la comprensión de las causas que los promueven. Al mismo tiempo, han surgido nuevos criterios para evaluar el funcionamiento de los sistemas agrícolas, los cuales no solamente tienen en cuenta sus respuestas cortoplacistas sino también, y fundamentalmente, su comportamiento en el mediano y largo plazo. En tal sentido, conceptos como estabilidad, sustentabilidad y resiliencia de los agroecosistemas adquieren cada vez más relevancia para el desarrollo de indicadores capaces de estimar su performance futura y, consecuentemente, evaluar el verdadero compromiso con las próximas generaciones.
A modo de conclusión puede afirmarse que la Agroecología, lejos de representar una cuestión dogmática o ideológica, es una ciencia en pleno desarrollo cuyo destino es transformarse en el fundamento y sustento de una nueva agricultura, diseñada para sostener la vida humana sin comprometer la integridad del medio ambiente.
(*)Ing. Mg. Eduardo Requesens es profesor de la asignatura “Agroecología” que integra la currícula de Ingeniería Agronómica en la Facultad de Agronomía de la UNCPBA, y del curso “Bases ecológicas de la agricultura sustentable” correspondiente al Doctorado en Ciencias Agrarias de la misma unidad académica. Hasta 2015 fue director del Núcleo de Actividades Científico-Tecnológicas sobre “Estudios vegetacionales y agroecológicos de Azul (NUCEVA)” y actualmente dirige el proyecto “Diversidad agroecológica, tendencias productivas y riegos ambientales en el centro bonaerense”.
Email: erequese@faa.unicen.edu.ar
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