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La combinación de altos rindes y buenos precios de la oleaginosa permite despejar el panorama económico el año próximo, pero el cultivo estrella del campo seguirá desplazando a otras producciones y un convenio con Monsanto limitaría los beneficios para el país.
¿Bendición o maldición? por Andrés Asiain
Los precios internacionales de la soja, el trigo y el maíz no paran de subir y han superado incluso los máximos niveles que registraran en 2007-2008, aquellos que desataron el conflicto por las retenciones móviles. Muchos analistas económicos hacen propio el viejo dicho de “una buena cosecha y nos salvamos” y pronostican que la combinación de altos rindes y buenos precios que se espera para el año entrante permite despejar el panorama de la economía nacional. No es para menos, se calcula que las exportaciones del rubro podrían generar 5000 millones de dólares extra. Si bien una parte considerable del excedente del sector agropecuario se vuelca a la compra de dólares, las recientes restricciones en el mercado de cambio permiten esperar que las mayores exportaciones de granos y oleaginosas alivien la situación del sector externo y permitan financiar las importaciones de insumos y maquinarias necesarios para el despegue de la actividad económica.
Pero si en el plano externo los altos precios de los alimentos suenan a una bendición, en el plano interno pueden generar grandes inconvenientes. Un informe reciente de la Cátedra Nacional de Economía Arturo Jauretche muestra que el incremento en el precio interno de los alimentos registrado entre 2006 y 2012, se explica en gran medida por el alza internacional de la cotizaciones de los granos y oleaginosas de exportación. La utilización del trigo y maíz como materia prima para la producción de fideos, harinas, polenta, engorde de pollos, entre otros, hace que parte de la inflación externa se traslade a la mesa de los argentinos.
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